Ay, qué tiempos estos en los que un concierto de Coldplay, esa banda que insiste en vendernos emociones de postal, se convierte en el escenario de un culebrón tecnológico. En el Gillette Stadium, durante su enésima gira "Music of the Spheres" –que, francamente, suena a manual de autoayuda cósmica–, la cámara de besos, ese invento para torturar a los asistentes con su propia incomodidad, atrapó a Sam Altman, el gurú de OpenAI, en un momento que no sé si calificar de ridículo o simplemente humano. Y claro, el mundo, que ya no distingue entre un chisme y una revolución, se ha puesto a hervir.
El video, un breve fogonazo de 20 segundos, muestra a Altman, con esa cara de quien calcula el riesgo de una IA apocalíptica, abrazado a una figura misteriosa –¿una colega? ¿una cita? ¿un holograma de ChatGPT?– hasta que ambos se percatan de que están en la pantalla gigante. Él intenta taparse la cara como si fuera un delincuente en un reality de polis, y ella –o él, quién sabe– desaparece del encuadre como si tuviera un jetpack. Chris Martin, que nunca pierde la oportunidad de hacerse el gracioso, suelta un “¡Vaya, parece que alguien no quería salir en la foto!” que desata las risas del público. Qué ingenio, Chris, de verdad, un Oscar al humor de ascensor.
El clip, grabado por algún fan con demasiada batería en el móvil, ha estallado en X y TikTok, acumulando millones de vistas y una legión de memes que van desde "Sam Altman programando un borrado de memoria" hasta "OpenAI presenta su nueva función: modo incógnito en la vida real". La red, esa cloaca maravillosa, especula sin freno: que si la otra persona es una ejecutiva de Silicon Valley, que si es un inversor chino, que si es un amor prohibido. Yo, qué quieren que les diga, no me creo nada. Todo esto me huele a montaje para que hablemos de Altman mientras OpenAI nos cuela otra IA que nos hará olvidar cómo se escribe a mano.
OpenAI, en su línea de opacidad disfrazada de transparencia, soltó un comunicado en X que dice menos que un haiku: "Sam estaba en un evento privado, respeten su privacidad, seguimos con la IA". Bravo, chicos, un máster en esquivar balas. Ni una palabra sobre quién era la otra figura, ni un atisbo de contexto. Y Altman, que parece vivir en un búnker emocional, no ha abierto la boca. Normal, si yo fuera él, también me escondería detrás de un firewall.
Esto no es más que otra pantomima de nuestro tiempo: un tipo poderoso, una cámara indiscreta y una muchedumbre digital dispuesta a linchar o a reír. ¿Es Altman un romántico incomprendido o solo un despistado que abrazó a la persona equivocada en el momento equivocado? Me da igual. Lo que me preocupa es que seguimos dando más importancia a estas tonterías que al hecho de que Coldplay lleva 20 años sonando como un anuncio de seguros. Y mientras, el mundo tecnológico, que debería estar ocupado en salvarnos o destruirnos, se entretiene con un culebrón de estadio. Qué pena, de verdad.

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